La única forma que encontré de celebrar en este espacio, sin traicionar su espíritu, el triunfo de mis Santos de Nueva Orleans el pasado domingo en la edición XLIV del Super Bowl fue hacer un símil con
Invictus, la más reciente película del ya legendario
Clint Eastwood sobre el mítico
Nelson Mandela, y que no pretendo contarles aquí, sino sólo usarla de pretexto para hablar de mis queridos Santos, jiji. Aún así, espero que me sigan hasta el final.
En
Invictus, vemos cómo Mandela promulgó el “One team, one country”, a propósito del Mundial de Rugby de 1995, celebrado en Sudáfrica, buscando así un elemento aglutinador para construir identidad nacional en un país que venía del
apartheid y pretendía vivir en democracia, según nos cuenta el grandioso
John Carlin en
Factor humano, el libro en el cual se basa la citada peli. Aclaro que los adjetivos que he utilizado para los tres personajes son para ahorrar espacio, pero si quieren conocer sus obras, ya saben que Google es una herramienta inmejorable.
Bueno, pues guardadas las proporciones, a su estilo, los gringos encontraron su “One team, one America” en
el sendero triunfante de los Santos que culminó con su victoria dominical. El equipo y sus integrantes han sido entusiastas impulsores de la reconstrucción de Nueva Orleans, después de que en 2005 el huracán Katrina provocó la inundación de 85% de la ciudad y desnudó la negligencia gubernamental en el manejo de la crisis, acompañada, incluso, de acusaciones de racismo en la atención del problema y la distribución de la ayuda. Las cifras revelan que la mayoría de norteamericanos deseaban que la escuadra de Nueva Orleans fuera la ganadora del Super Bowl XLIV; quizá por la culpa de haberles fallado en los momentos difíciles, quizá por las ganas de seguir creyendo que pueden, los gringos convirtieron a los Santos en el
“American team”.
Para quienes les vale un cacahuate lo que unos señores con cascos y hombreras, ya tan ochenteras, hagan sobre un terreno de pasto de cien yardas de largo, les cuento que el domingo pasado presenciamos un partido inolvidable, en el que la estrategia, la táctica y la ejecución de los Santos fueron cercanas a la perfección; sí, en ese equipo que no encontraba razones para quedarse en Nueva Orleans hace 4 años, ni fanáticos interesados en él, después de la tragedia del Katrina.
La frialdad de los números del llamado Súper Domingo: Santos de Nueva Orleans, 31; Potros de Indianápolis, 17. Sólo como referencia, los Potros eran favoritos por 5 puntos en Las Vegas; ergo: con el resultado, mi corazón se hinchió de alegría, las casas de apuestas se llenaron de lana. Y en el calor del campo de juego, los Santos dieron la mejor actuación que he visto de un equipo en un juego grande. Más allá de nombres: los pateadores, los equipos especiales, la ofensiva, la defensiva, y el entrenador en jefe (dando el mejor partido que un coach puede dar), hicieron su chamba de maravilla, arropados por el público, y coronaron una temporada grande. Leer las historias personales de cada uno de los miembros de este equipazo, sus motivaciones y anécdotas ha sido un deleite.
Por cierto, lástima que Obama, el presidente número 44 de Estados Unidos, que declaró su preferencia por los Santos de Nueva Orleans, y tan afín a los medios de comunicación masivos, no se dio un tiempo para aparecerse un ratito en el Súper Tazón número 44, desde ahora el programa más visto en la historia de la televisión norteamericana, con 106.5 millones de espectadores, desbancando al episodio final de MASH, en el ya lejano 1983. Si les interesa conocer los debates sobre qué tan comparables son estos datos, sugiero
este artículo del New York Times.
En fin… mi casi inexplicable afición de 23 años por los Santos de Nueva Orleans
vio su feliz recompensa, por primera vez, después de una historia plagada de decepciones y derrotas. Eso sí, sé que la playera de los Santos que me regaló mi hermano hace un par de años y que porté durante los partidos de esta postemporada, sin lavarla, fue determinante en el resultado.
Desde hace ya tiempo, tratando de racionalizar mi pasión por los deportes, he procurado ver las hazañas y tragedias deportivas que me emocionan como metáforas de la vida. Afortunadamente, en el camino, he encontrado en
Juan Villoro,
Eduardo Galeano y John Carlin, entre otros, a magníficos representantes de esta causa, que siempre me regocijan cuando escriben de estos asuntos.
Bárbara C., Santa Campeona.