Las violencias y el rostro, historia y voz de sus víctimas se delinean como noción de futuro común y compartido donde el dolor une a las madres y a los padres de infantes, soldados, policías, estudiantes, médicos, periodistas y sicarios por igual. La Marcha Nacional del Movimiento por la Paz y la Dignidad con Justicia del 8 de mayo de 2011 (cuyo epicentro fue el Zócalo del DF pero que se reprodujo en más de 30 ciudades dentro y fuera de México) mostró la dimensión humana detrás de las 40,000 personas que han perdido la vida de forma violenta desde 2006.
Ese “catálogo de causas como causa”, como lo nombró Jacobo Zabludowsky, que incluye “casos emblemáticos” y anónimos que no llegan a los medios de comunicación ni a las organizaciones de la sociedad civil. Esos casos cuyas causas y efectos son diferenciados por lo que requieren intervenciones diferenciadas, pero en los que las personas intuyen un común denominador: la descomposición del tejido social.
La Marcha Nacional por la Dignidad y la Paz con Justicia y el Pacto Nacional tienen un impacto positivo sobre la cohesión comunitaria, definida como el proceso a través del cual las sociedades garantizan que todas y todos alcancen su máximo potencial y que requiere de la acción pública de gobernantes y gobernados (esta definición y el enfoque de cohesión comunitaria han sido propuestos por Cohesión Comunitaria e Innovación Social y empleados de manera conjunta con Fundación Este País para la elaboración de recomendaciones puntuales para enfrentar la situación de crimen y miedo al crimen en Ciudad Juárez y El Paso).
El impacto de la Marcha del 8 de mayo en la cohesión comunitaria se expresa al catalizar la interacción significativa, la solidaridad y la empatía con y entre las víctimas y la confianza en la relevancia de la participación ciudadana a través de la denuncia; al reconocer la diversidad concebida como el conjunto de experiencias de vida que devienen no sólo en lo que nos hace diferentes sino en lo que nos hace iguales, convergentes, semejantes; al exigir la comprensión de la complejidad de la seguridad entendida no sólo como seguridad pública sino como seguridad humana; al vincular las políticas públicas y las decisiones y acciones de los partidos políticos, gobiernos estatales y municipales, monopolios, asociaciones religiosas y poderes fácticos con las causas y efectos de las violencias. Dicho impacto será mayor si se generan los espacios, esferas y ámbitos en los que estas interacciones y relaciones sean más profundas, regulares y cotidianas.
No obstante, existe una diferencia esencial entre el concepto de tejido social (enarbolado por el Gobierno Federal y por la Marcha y el Pacto) y el enfoque de cohesión comunitaria. Cuando unos y otros hablan de tejido social reducen su composición o descomposición a la acción gubernamental o a la acción no gubernamental, respectivamente. Desde el enfoque integral y multidimensional de la cohesión comunitaria, ésta deriva, por un lado, de las políticas, programas y servicios públicos; y, por el otro lado de las decisiones y acciones individuales y colectivas de quienes vivimos y transitamos por México. Es decir, de la acción pública.
Si el fortalecimiento o el debilitamiento de la cohesión comunitaria deriva de la acción pública tanto de gobernantes como de gobernados: ¿qué pueden hacer las personas de manera inmediata, regular o cotidiana para contribuir a este proceso? ¿Cómo aumentar la cantidad y la calidad de nuestras relaciones humanas tanto en los espacios públicos como en las esferas privadas? ¿Cómo profundizar los lazos afectivos que tenemos con nuestra calle, colonia, ciudad o región? ¿Cómo detectar y solucionar nuestros conflictos manera pacífica? ¿Cómo construir ciudadanía desde la participación organizada y no organizada en vez de apostarle al aislamiento y la exclusión? ¿Cómo confrontar la normalización de las violencias, la ilegalidad y la opacidad? ¿Cómo capitalizar las lecciones de buenas y malas prácticas? ¿Cómo contribuir al desarrollo personal, familiar, social y comunitario?
Además de fomentar la adopción y ejecución del Pacto Nacional y de honrar la memoria de las víctimas y movilizarnos por su dolor: ¿Cómo podemos evitar que las violencias sean el único punto a través del cual podemos converger? ¿Cómo podemos catalizar la acción pública de la ciudadanía y de los gobiernos y poderes? ¿Cómo identificamos el impacto público y colectivo de nuestras decisiones y acciones individuales y privadas? ¿Cómo podemos, tú y yo, mejorar las ocho dimensiones de la cohesión comunitaria? Estos puntos que quedan sueltos en la Marcha y en el Pacto. Pero no le corresponde al Movimiento llenar estos vacíos, sino a cada persona que vive y transita por México, sean gobernantes o gobernados.
Como afirmó Javier Sicilia desde el Zócalo el 8 de mayo: “Es un desafío más que complejo. Pero México no puede seguir simplificándolo.”
Autora invitada:
Suhayla Bazbaz Kuri