Como anota García Márquez en un delicioso artículo titulado La mujer que escribió un diccionario, “María Moliner -para decirlo del modo más corto- hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana”.
María Moliner compaginó durante años su trabajo de bibliotecaria y una intensa vida familiar, con la fantástica aventura que había emprendido. Según el dicho de uno de sus hijos, se levantaba con el sol y se dedicaba al diccionario durante la mañana; tras la hora de la comida, dormía una siesta y retomaba su labor hasta el atardecer. Nunca trabajó de noche.
En 1972, ya consagrada, se presentó su candidatura para ingresar a la Academia de la Lengua, la primera de una mujer, pero fue rechazada por los académicos, tan conservadores como se esperaba. Ella reviró diciendo que era lo mejor, pues su salud le impediría cumplir con su cometido con la rigurosidad debida.
Como si supiera que la memoria siempre nos traiciona, María Moliner decidió entregar su vida a hacer una duradera fotografía del español de nuestros tiempos. En 1973, “su cabeza falló” por primera vez. Era sólo el principio del Alzheimer que la aquejaría hasta su muerte. Ya nada supo de los enredados conflictos, vigentes a la fecha y que tanto me confunden, entre sus herederos y la editorial, desatados por los derechos morales y patrimoniales de su obra.
Como muestra del compromiso intelectual y de la pasión de María Moliner, cito el párrafo final de la presentación del Diccionario: “Por fin, he aquí una confesión: La autora siente la necesidad de declarar que ha trabajado honradamente; que, conscientemente, no ha descuidado nada; que, incluso en detalles nimios en los cuales, sin menoscabo aparente, se podía haber cortado por lo sano, ha dedicado a resolver la dificultad que presentaban un esfuerzo y un tiempo desproporcionados con su interés, por obediencia al imperativo irresistible de la escrupulosidad; y que, en fin, esta obra, a la que, por su ambición, dadas su novedad y su complejidad, le está negada, como a la que más, la perfección, se aproxima a ella tanto como las fuerzas de su autora lo han permitido.”
¡Salud, María Moliner, y larga vida a las palabras!
Bárbara C.
PS. Feliz cumpleaños también a ti, querido Jeremy, con el anhelo de que sigas hablando y aprendiendo español.