Desde luego, ya aguardaba el efímero espectáculo anual en la coyoacanense esquina de Zaragoza y Dulce Olivia: una jacaranda y una buganvilia entrelazadas en lo alto, a toda flor, derrochando sus coloridos follajes colgantes que le alegran la jornada a aquél que tenga la sana costumbre de mirar p’arriba de vez en cuando. Pero más allá de esta ansiada maravilla, este año, la primavera se me revela en cualquier esquina chilanga… y no estoy enamorada.
Una mañana de abril, descubro que Minerva, esa calle bautizada como la diosa de la sabiduría, está flanqueada por frondosos árboles de hojas verde intenso y en el camellón se levantan impresionantes jacarandas que, iluminadas por el sol y con pedazos de cielo turquesa de fondo, lucen tan lilas como puede ser posible.
Al día siguiente, al utilizar el mismo camino, caigo en cuenta que hay tantos árboles y de copas tan abundantes, que los rayos de luz nomás no llegan a tierra firme. El contraste me recuerda a Magritte y El imperio de las luces. De principio a fin, Minerva es un camino plagado de verdor y flores, cubierto por un delicado techo de ramas, hojas, muchas hojas, y más flores.
En otras zonas, como la Nueva Santa María, la colonia Del Valle o San Pedro de los Pinos, predominan las buganvilias. Admiro la infinita gama de rosas y violetas de sus pétalos. Mientras espero el siga de un semáforo, en un camellón cualquiera, utilizando sólo mis ojos como herramienta, registro hasta seis colores diferentes de buganvilias. La sorpresa aumenta al encontrarse con ellas en número y espacio variados: unas cuantas en un pequeño jardín o en un parque descuidado, algunas traviesas encima de una modesta barda o atravesando una malla, otras más enredadas con una enorme jacaranda, o un montonal coronando la puerta de una casa de fachada blanca.
Tendré que esperar un año entero para saber si sólo soy más vieja y más observadora o estoy tan perdidamente enamorada de Chilangolandia, que, pese a todo, ya hasta bonita la veo.
Bárbara C.
PS. Para saber más sobre la ortografía de buganvilia, cuestión que desde hace tiempo me inquieta, sugiero revisar tres diccionarios: el María Moliner (quien consigna buganvilla, por lo que me es difícil coincidir con ella en esta ocasión); el de la Real Academia Española (al que me apegué, por ser de carácter normativo); y el CLAVE, que reconoce la grafía que nos parece más familiar a los hablantes americanos.