Consciente de lo efímero de la atmósfera en la que he vivido los últimos años, volví la mirada a mi propio espacio, a mi escritorio. Al curiosear todo lo que he ido almacenando, lo que más me llamó la atención, por supuesto, es la cantidad de fauna inerte que habita mi entorno. Sé que es forzar los parámetros colar esta entrada como parte del concurso sobre fauna en mi oficina. En primera, mi oficina, por el momento, no es DO 73; en segunda, mi fauna no gorjea, ni maúlla, ni cae del cielo; y en tercera, ya tenemos una foto ganadora (¡bienvenida, Gabriela R.!). Pero, si el foro me da licencia, aprovecharé la excusa para registrar algunas anécdotas de las pequeñas criaturas con las que coexisto: los colibríes.
Lo primero en lo que reparo es la máquina en la escribo estas líneas. Como imagen de escritorio encuentro la foto de un nido de colibrí. Y no cualquier nido. Este en particular fue recolectado en 1768 por el mismísimo capitán Cook en Río de Janeiro, la primera parada de su primer viaje. Hoy, el nido es exhibido en la sala 'Ilustración' del Museo Británico de Londres.
En seguida, a la izquierda de mi pantalla, encuentro un grabado ornitológico proveniente de la Histoire Naturelle, Générale et Particulière del conde de Buffon, publicada en París entre 1749 y 1788. Esta gigantesca obra, de donde surgen apelativos de colibríes llamativísimos, como por ejemplo 'joyas voladoras', me recuerda los orígenes de mi proyecto de investigación: la curiosidad de explorar la presencia de la naturaleza del Nuevo Mundo en las grandes enciclopedias francesas del XVIII.
A la derecha de la pantalla hay un hermoso recuerdo de casa: un alebrije oaxaqueño en forma de colibrí libando una flor que brota de un cactus. Esta joya es un regalo de mi amigo Agus, que lo trajo después de su viaje de graduación por la patria. Cada vez que pongo atención en la aparente contradicción de sus formas, en su estática acción, recuerdo el verdadero reto de investigar la historia de un fenómeno natural: el objeto de estudio es por definición esquivo y los rastros que deja siempre serán parciales, imperfectos. Pero claro, lo mismo aplica para cualquier objeto histórico. Basta pensar en el tipo de registros que nosotros mismos dejamos para la posteridad. ¿Qué tipo de historia se podría escribir sobre nosotros en cincuenta, cien años, con base en las pistas que habría disponibles?
Finalmente, llego a mi colibrí favorito, justo encima de la pantalla. Éste vive en un imán que dice, muy oportuno, 'Time to feed the hummingbirds'. El imán es parte de un kit para alimentar colibríes que llegó a mis manos en el Museo de Historia Natural de Nueva York. Además de los gratos recuerdos de viaje que me trae, el hambriento colibrí tiene una función esencial en mi escritorio. Es el guardián de mi misión: ¡terminar esa tesis! Alimentar a los colibríes, pues, es una metáfora de lo que debo hacer todos los días, sin falta, con inmensa paciencia y cariño. Así como el 'Keep calm and carry on' de Bonnie, el 'Time to feed the hummingbirds' le da sentido a la vida que, tan lejos de DO 73, parece prolongarse indefinidamente. Por suerte, el escritorio vacío de al lado me recuerda que nada es para siempre.
Iris M.