De existir un tema en el que los matices personales se subordinan al interés general, ese sería el del "cambio climático". Podemos coincidir o no con los supuestos científicos o con las implicaciones prácticas, podemos estar en profundo desacuerdo con los cálculos ligeros de entusiastas mal informados o negarnos a asumir posición catastrofista alguna, pero el hecho es que a nadie, absolutamente a nadie, le sobra reparar en las consecuencias ambientales de sus actos.
Empresas, ciudadanos y gobiernos han llegado a un punto crucial en términos de gobernabilidad. Y empiezan a entender que sus vidas están relacionadas por algo más que los marcos jurídicos o los territorios compartidos. Estamos en presencia de un fenómeno que cruza fronteras pero que también refuerza identidades, miedos, intereses velados o abiertos.
En esa interesección perfecta entre argumentos e intereses se ubican los gobiernos locales. A las naciones les tocará aprobar políticas, discutir acuerdos globales, definir mecanismos de cooperación. Pero sin el concurso y el interés genuino de los gobiernos locales, las acciones no dejarán de ser sofisiticados instrumentos financieros o declaraciones de una fina retórica. Son los gobiernos locales --las ciudades y los municipios-- quienes traducirán los acuerdos en políticas públicas. Sin gobiernos locales, el consumo energético seguirá siendo el mismo, el manejo del agua continuará siendo deplorable y hasta opaco, y las políticas de transporte público muy distintas a la de los grandes sistemas como metrobus o los trenes eléctricos.
Hay muchas razones para fortalecer la capacidad institucional de los gobiernos locales. Y su cercanía con la población sigue siendo la mayor de ellas. Pero a nivel agregado, sumando todos los gobiernos locales del mundo, la construcción de un nuevo paradigma de desarrollo puede ser el más importante.
Eduardo B.
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