7 de julio de 2009

Déjà vu

Hace cincuenta años Augusto Monterroso publicó un cuento en una línea que cobró crudo y renovado significado este domingo:

"Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí."


Iris M.

6 comentarios:

Eduardo B dijo...

Lo evocas desde una perspectiva estrictamente darwiniana, ¿verdad?

M dijo...

Darwin, sin duda, es uno de los lentes para releer el cuento: si el dinosauro sigue allí, ¿debemos entender que sobrevivió al gigantesco asteroide, que se adaptó a las cambiantes condiciones del entorno, que evolucionó?

Eduardo B dijo...

Coincido. Habrá quien piense que fue un dinosaurio que debía tratarse como especie en extinción, un animal lento y cansado que no tenía idea de como reinventarse. Yo soy de la idea de que los sistemas orgánicos cambian todo el tiempo, incluso en periodos cortos, y que encuentran en su entorno muchos de los elementos para mantenerse vigentes. Hay una ciudadanía apática, desmemoriada y sin proyecto de futuro, que sigue alimentando dinosaurios por el mundo.

Roberto C. dijo...

Me gusta la metáfora y la lectura darwinista-evolucionista de Monterroso. Coincido en que la permanencia del dinosaurio es signo inequívoco de su adaptabilidad a las nuevas circunstancias, lo que no dice nada de la calidad o tipo de la "nueva especie", sino de la capacidad de adaptación y sobrevivencia.

Dos casos me parecen interesantes sobre esa adaptación que trae resultados evolutivos singulares: el ortinorrinco tiene aproximadamente 100 mil años de antigüedad, una extraordinaria mezcla de especies y quizá muestra de gran adaptación, pero también un animal raro como pocos, ni mamífero ni ave, ni pato ni nutria y además, me entero, es ponzoñoso. El otro ejemplo, es el Limulus o Cangrejo araña: es un fósil viviente que, por ciento, se le encuentra en el Golfo de México, y que ha cambiado muy poco en los últimos 445 millones de años. Es una araña con concha, una especie que en su caparazón ha encontrado el refugio para cambiar sólo lo estrictamente necesario.

El PRI se ha venido adaptando a nuevas circunstancias políticas desde al menos la década de los 30 del siglo pasado, pero quizá con mayores presiones (pérdida del poder) desde al menos finales de los 80 y sobre todo desde hace unos 10 años. Ha evolucionado, pero no creo que haya mutado en algo por completo nuevo o mejor, por lo menos no en todo el territorio nacional. Quizá ha mejorado su capacidad de respuesta a la lucha política, en la que parece ser más profesional que otros, pero no ha mejorado sustancialmente, creo, su capacidad de respuesta a las demandas de los ciudadanos. Su gran pragmatismo en la búsqueda del poder, en las reglas del sistema, es signo de su capacidad de adaptabilidad.

Para seguir con la metáfora monterrosiana-evolucionista: Los dinosaurios, se dice, evolucionaron en aves. El PRI podría haber sido dinosaurio pero está muy lejos de ser ave (insulto para los bellos colibríes). Deberíamos adaptar el cuento de Monterro y decir: “Cuado despertó, el limulus todavía seguí ahí”.

Bárbara C. dijo...

¿Y qué tal si el dinosaurio todavía está allí porque realmente se transmutó en camaleón y esa “ciudadanía apática, desmemoriada y sin proyecto de futuro” (zas, eso duele) prefirió sólo cambiar de cristales? Una fábula (menos breve que el citado microcuento por Iris M), también de Monterroso, sirvió como fuente inspiradora: "El Camaleón que finalmente no sabía de qué color ponerse": http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/monte/camaleon.htm

PS. También me vengo a enterar, como Roberto C, que el ornitorrinco es ponzoñoso. ¡Eso no lo decía la canción alusiva a esa especie de los Hermanos Rincón! (disculparán ustedes la cuasiarcaica referencia, pero la rola era muy instructiva al respecto).

M dijo...

Queridos, qué maravilla conversar aquí. En verdad he recreado la sensación del café de la mañana en DO 73.

Cuántas sabrosas perlas de erudición. Eduardo B. puso la mesa al evocar a Darwin. Los dos elegantes ejemplos de Roberto C. me parecen insuperables: el ornitorrinco, ponzoñoso engendro que por su sola existencia da testimonio de los riesgos de la adaptación parcial, y el Limulus, fósil viviente que persiste en esa forma más por falta de competencia que por talento propio. La barra está tan baja que no hay necesidad de modificación profunda. Bárbara C. cierra invitándonos a ir todavía más lejos, a cuestionar la relevancia de describir a las creaturas que observamos sin tomar en cuenta el lente con el que lo hacemos.
Esto, me parece, nos lleva de nuevo al principio. Si sigo a Roberto C., que el dinosaurio persista nos habla más de un entorno estático, constante, tórpido, que de la capacidad de adaptación de la creatura. Si el entorno hubiera cambiado realmente -si se hubiera sentido en serio el asteroide de 2000, si hubiera aumentado significativamente la competencia por recusos- el dinosaurio no habría sobrevivido, habría transmutado en ave. Tenemos pues, Bárbara C. dixit, un problema de perspectiva: el problema no es la creatura, es el entorno, la ciudadanía apática, desmemoriada y sin proyecto de futuro que no se da cuenta de que ella misma es el asteroide.