Pues sí, decías bien: craso error directo a tu anecdotario. Veamos cómo se desarrollaron los acontecimientos después de tu ingenuo pronóstico.
El diligente técnico en telecomunicaciones te habla ya entrada la noche para decirte que se le había ido la tarde en conseguir el nuevo aparato y que, para no causarles molestias, llegaría al día siguiente a las 10 de la mañana en punto. Fiel a su palabra, a la 1 de la tarde se apersona el experto con bártulos en mano en las instalaciones vulneradas, y tras explorar la pared hace su impecable diagnóstico: lo arrancaron… pero le dejaron los cables. Pones cara de víctima resignada, en representación de tus colegas, y lo invitas a que proceda a arreglar el desbarajuste.
Después de un sesudo análisis, el técnico te propone colocar una rejita metálica para proteger el nuevo interfón. Aunque la rejita es antiestética, has visto peores cosas. Haces consultas rápidas con tu querida colega con la que compartes esas decisiones y se inclinan por aceptar la indecorosa propuesta de encarcelar el aparato para evitar una futura desaparición. Te sientes muy ruda, tomando medidas drásticas para prevenir el delito. Afear el entorno urbano de Coyoacán es un daño colateral, pero el interfón estará a salvo. En ese preciso momento, de seguro se empezaron a oír unas carcajadas anónimas, pero estabas muy ocupada y no prestaste atención.
Veinte minutos fueron suficientes al técnico para restaurar el orden; veinte minutos que costaron $1,500, eso sí, con todo y factura prometida, aunque a la fecha todavía no te la entrega. Feliz, revisas el trabajo con cara de experta, le pagas y te despides de él, esperando verlo pronto para que te entregue la factura… y asunto concluido.
La vida te permite a ti y a tus colegas disfrutar tres días de paz social… ni un día más. El miércoles siguiente al hurto, te volvía a suceder: llegas un día cualquiera a tu oficina y ¡sorpresa!: ese insulso aparatejo ha desaparecido de nuevo. Te das cuenta que dejaron la rejita de recuerdo, maltrecha, para que veas que ellos, los ladrones, son unos profesionales y están preparados para las eventualidades de su oficio. Sesionas con tus colegas sobre el tema, que junto contigo experimentan un moderado desconcierto ante la afrenta. Dadas las circunstancias, ofreces buscar otra vez al creativo técnico en telecomunicaciones para explorar soluciones de-fi-ni-ti-vas al problema.
Cuando le cuentas lo ocurrido, el técnico reacciona indignado: “nooooo, pues eso ya es dolo, oiga. Así no se puede”. Sácatelas, eso del dolo te hace recordar los libros de Derecho Penal de Jiménez de Asúa y Castellanos Tena. ¿Este señor habrá tomado clases con alguno de ellos? Empática, para serenar su desconcierto extremo, coincides con él sobre el dolo, pero aclaras, de manera sutil, que no tienes idea quién está ejerciéndolo, y que sólo estás recurriendo a él por una solución técnica.
En paralelo, eres testigo de un eficaz operativo unipersonal a cargo de una de tus proactivas colegas, que toma su flamante cámara fotográfica para documentar lo que parece ser un fenómeno que impera en varias cuadras a la redonda. Además, se da a la tarea de registrar gráficamente las diferentes soluciones técnicas que han encontrado los vecinos para evitar convertirse en clientes asiduos de los amantes de lo ajeno en su intención por llevarse gratis un interfón a su casa. Tu colega, a la que ahora llamas Michael Moore, concluye que es un extendido problema en la zona, causado por una banda especializada, y que ustedes eran misteriosamente afortunados pues no les había tocado que les volaran su interfón en tantos años de residencia coyoacanense. Paradójicamente, la evidencia te tranquiliza y compartes tu reflexión, que es bien recibida a tu alrededor: “no somos blanco de ningún ataque dirigido ni objeto de conspiración o intimidación alguna (fiuf)”. Eso sí, piensan que aquellos que ponen estampitas anunciando servicios de reparación de interfones, justo encima de los aparatos disponibles, quizá estén detrás de las felonías recurrentes contra los interfones.
Debes decir que esta entrada es ilustrada por algunas de las fotografías tomadas por tu solidaria y aguerrida colega, con alma de periodista, a quien das total crédito por la investigación realizada para tener elementos suficientes y decidir el curso de acción.
Ahora, la mentada solución técnica para contrarrestar futuros actos de rapiña contra el interfón, consensuada con el experto y autorizada por el alto mando, es de tal complejidad que involucra a cuatro personajes externos, que, para estos propósitos, has decidido denominar como: la arquitecta, el herrero, el albañil y el técnico en telecomunicaciones; eso sin contar a los responsables internos que deben contactarlos y coordinarlos a todos… y perseguirlos, claro está.
Por diplomacia, en este espacio decides omitir los detalles de la encarnizada negociación que sostienes con el técnico para que no les vuelva a cobrar lo que ya hizo y no sirvió de nada y sólo les cobre el interfón que tendrá que reponerse. Lo omites, sobre todo, porque el propio técnico después desconoció el acuerdo y aplicó el consabido: tal vez no me expliqué bien y usted me malentendió.
Continuará… (oh, sí)
Bárbara C.
2 comentarios:
Abogada, eres la reina de la crónica. Más, más, más...
Yo sé cómo términa la historia, o mejor dicho: creo saberlo.... pero prefiero que tú me lo cuentes!!
Así que espero que no tarde la tercera entrega de tu relato.
Publicar un comentario